Los árboles, esos grandes fantasmas que nos miran
Y en sus ramas esconden mil figuras
Que se asoman, se esconden, criaturas
Entre humanos y dioses en alturas.
Despenachados cedros, mascarones
De rituales mistéricos danzantes
En orgiásticos ritmos sus mechones
Abriendo van cortejos fascinantes.
Castaños de amerindias siguen luego
Secuenciados del álamo gigante
Del pino, el abedul, olmo señero
Hasta el sauce llorando al caminante.
Verde prado propicia la andadura
Sobre alfombra prolífica peluda
Y en el ritmado movimiento
De sus verdosas copas mar abierto
Ancladas de raíces la atadura
Saludan agitados por el viento.