Soy nacida en Madrid, 1940, hija de pintor, Luis Carrillo Torres, con quien trabajé desde muy temprana edad. Finalizados los estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, durante los cuales colaboré en escultura con el profesor Juan Luis Vasallo, realicé la especialidad postgrado de Mural con Manuel López Villaseñor.
Premio de Paisaje fin de Carrera y beca de dos años para la preparación del Profesorado de E.M. Profesora de Dibujo Técnico en la Faculta de de Físicas de Madrid, licenciada en Historia, Geografía y Arte en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y completados los cursos de doctorado.
Ampliación de estudios con dos años de residencia en la capital belga en la Universidad Libre de Bruselas, diplomada en Museología y un curso en la Sorbonne de París con beca de la embajada Francesa en España.
En Museología cinco años decisivos en el Comité de ICOFOM de UNESCO, años efervescentes en los que se proponen paradigmas, se define el Museo en una acepción todavía vigente y se crean nuevos órganos de comunicación. Y en aquellos años la “ Teoría de Sistemas” se me abrió como paradigma irrenunciable de pensamiento, desde una proyección humanística, que parecería antitética; pero que se me presentaba como la puerta de la solidaridad y la tolerancia.
Sin solución de continuidad en mi vida como pintora, de honda formación técnica, muy especialmente dedicada al retrato, atraída por el interés tanto teórico como práctico que el ser humano ofrece y ha ofrecido en su efigie. Algo a lo que no ha sido ajeno, sin duda, el periodo juvenil de copia en el Museo del Prado, con el enorme interés siempre y el acicate nunca perdido de llegar a comprender la motivación profunda que diferencia a los mejores artistas y aquello que les une y en lo que creo ver la especificidad del ARTE.
Quizás los intereses teóricos, el cuestionamiento continuo de los asertos permanentemente asumidos forma parte de mi propia identidad y continúa conmigo a través de los años, lo que me hace especialmente curiosa y abierta a varios frentes, sin que mi voluntad no sea otra que profundizar, ahondar en las cuestiones que me inquietan, convencida como estoy de que el arte, como forma de vida, se enraíza en las vivencias múltiples del medio entorno.
Ello me llevó a aglutinar DICMA en 1982, grupo que sigue vivo, al que me doy con enorme interés y del que recibo, de cada una de las personas que lo componen y que son numerosas, la más humana y entrañable compensación, que resulta de compartir intereses, conocimientos y tiempo de amistad fraguada con los años.
Al paso de los mismos, voy viendo cada vez con más claridad, que vida y obra se van configurando mutuamente, desinteresada de una trayectoria ad hoc, por libre, sin las coacciones que atan a las conveniencias, lo que junto con una indescriptible libertad conlleva el tributo de una cierta marginalidad. La Filosofía (como materia específica; pero muy especialmente por el amor a conocer), ha sido y es base de partida de obra y de vida.
En mis charlas asiduas y durante años partícipe como profesora, he procurado con honestidad llevar a quienes tenía el placer de considerar oyentes o alumnos la inquietud por la indagación, el interés por ahondar y descubrir y el cuestionar lo aceptado hasta el personal convencimiento justificado.
Debo confesar que me interesó especialmente el público infantil a quienes dediqué un valioso tiempo en profundidad, y traigo a mi recuerdo la HAPPY HOUSE, de Saint Anne´s School, centro de experiencias responsables, que desde el reconocimiento como unidad por la inspección del Ministerio de Educación inglés, se anticipó al ciclo “ escolar infantil” posterior. Fueron experiencias de alumnos y profesores con niños de tres y cuatro años que me permitieron sopesar la enorme responsabilidad del cometido formativo en esos primeros años y valorar en mis responsabilidades la valiosa tarea de los enseñantes en estas primeras edades a las que se adquieren hábitos y se forjan esquemas de pensamiento. Al mismo tiempo tuve ocasión de comprobar la importancia de la expresión artística infantil en su desarrollo., que he podido cotejar en adultos desde el grupo DICMA y en la labor que durante muchos años y en varios frentes se lleva a cabo desde el Club de Campo Villa de Madrid como Delegada de Actividades Culturales.
El que algunos, niños entonces, alumnos en su años juveniles posteriormente, jóvenes adultos hoy plenos de capacidades y de entusiasmo, me hayan vuelto a recordar e incluso mantengan vivas lo que ellos han considerado referencias capitales en sus propias vidas, cuya expresión concreta rememorada se había borrado en mi recuerdo, me produce gran satisfacción. A uno de ellos le debo el empeño de estas confesiones, que la tecnología presenta como necesarias en la actualidad para “ ser garantes de la existencia”.
Cito porque, como digo, ha tenido igualmente repercusión en mi obra pictórica, mi interés por la Arqueología, interés que se ha traducido en hondas vivencias y el proyecto que me ronda y que ha influido en una parte decisiva de mi pintura desde los años 80. Es la vuelta a los orígenes, de lo que tomo prestado del profesor Pérez Gago, “Estética Originaria” en un campo que correspondería desde mi enfoque a una “ tipología representativo-eidética” y que, remontándonos a la Prehistoria, se mantiene en el Arte en un terreno en el que el Artista se proyecta como portador del privilegio creador. Es el aspecto mistérico de la sacralidad de la representación, llamémosle ARTE, en un sentido que poco o nada tiene que ver con utilizaciones decorativas y que se comprende en relación íntima con el objeto y con el sujeto en contacto. Es ese saber callado, que citan los mejores, y quienes no sabemos nos esforzamos por traducir a la interpretación completamente despojada de ese sentido mistérico y profundo que sin embargo da sentido a la vida misma.